Trípticos.


Una tarde de lluvia como hoy pero a mis 8 años, estaba en cama con gripe y llegó mi mamá del trabajo con una caja de lápices Faber Castell de 36 colores y mi vida cambió. Me senté en la cama con una bandeja de madera con patas y me puse a dibujar. Debo aclarar que esto ocurrió a principios de los 80 y los lápices de colores en cajas metálicas y alemanes eran un pequeño lujo. Desde ese día sentí una fascinación con las posibilidades que se escondían en esas cajitas de metal.
Hoy, tejiendo muchos años después, los lápices de colores siguen siendo una obsesión para mí. Amo mirarlos, amo su olor, amo ordenarlos (siempre por color y con las letras mirando hacia arriba, sí, pueden llamarlo TOC).
De la caja original de 36 colores, guardo algunos lápices todavía; chiquititos, mordisqueados, golpeados. Y siempre me traen este recuerdo de aquel regalo sorpresa, sin sospechar lo que desataría en esa pequeña mente de 8 años. Eso que suelen hacer los buenos padres, descubrir en nosotros lo que ni siquiera sabíamos que existía.